miércoles, 24 de marzo de 2010

Cuatro regalos

   Mi amiga Alepsis me regaló el primer regalo en el día, el libro Sabia vida savia casi grito de la felicidad, pero no lo hice porque estaba en la silenciosa clase del profesor Guillermo Sucre. Sin embargo, Alep no perdió la oportunidad de imaginarme gritando y agitando los brazos en in-off, es decir sin audio. 

   Fue una tarde humeante, pareciera que los gritos no vinieran sólo del Ávila, sino de toda la tierra. Cuando era ni tan niño imaginaba el mundo sufriendo toda la contaminación de los últimos dos siglos… y se veía, se vivía más o menos como hoy. Con Sabia vida savia debajo del brazo (“sobaco ilustrado” como le decían a alguien por ahí en la calle donde me crié), perseguí al profesor Sucre por entre el atestado pasillo de estudiantes, profesores, personajes literarios y autores. Para hacerle una pregunta que se deshilachó por cada interrupción que significó un tropiezo, un saludo, etc. ¿Mi pregunta? No más que una inquietud de aquel que considera erróneamente una contradicción en una obra cuando dos enunciados no son obvios amigos. El profesor puso una mano en mi hombro con suavidad y no me respondió esa pregunta, pero sí otras que aún no me he formulado. Fue algo así como “hoy en la noche me quitan la luz, mi mujer me dijo que metiera mi comida en el microondas, y no lo hice…” 
   Caminé con él un rato más, contemplando con tristeza el muro de humo que nos separaba del cielo. Me despedí de él y su fiel acompañante (digo fiel, porque me dio la impresión de que lo cuidaba), y el profesor Guillermo Sucre se paró para decirme “no es una contradicción, no lo es…” El segundo regalo, definitivamente.

   Caminé de regreso al pasillo con más posibilidades de recordar el ausente azul del cielo. Subí al puestico de venta de los cuadernos de Alepsis y Fátima (pronto hablaremos más de ellos). Siempre he pensado que los encuentros y desencuentros del pasillo son como los (o las) entrelíneas del buen libro que es la carrera. Allí entre Sucre y Cardona, Fátima me obsequió una grulla de papel cuadriculado que puse en mi sombrero. 

   Con grulla en sombrero salí de la universidad, y en los alrededores de la estación del metro un artesano me llamó. Me dijo algo como “¿si te digo algo me crees?” y yo receloso, pensando seguro me va a pedir plata, me acerqué, le estreché la mano extendida, y continuó: “tú eres el rostro de más buena gente del día, y yo les hago un regalo, pana” Me dijo que me estaba esperando, que pensaba que no llegaría, mientras buscaba alambre y alicate, me contó que él es un viajero que busca a los rostros de la gente más buena y que debe moverse rápido porque no debe llegar tarde a los encuentros… 
   Le pregunté de dónde era y respondió “mi mamá dice que parezco de otro planeta… y yo creo que lo soy y todo”, pero luego dijo “que no debíamos desvirtuarnos del tema” No desviarnos, querido imaginante, desvirtuarnos, es verdad, no debemos hacerlo. Al minuto, me entregó un dije con un petroglifo que según lo que me contó “habla de lo incomprensible del universo, de muchas otras cosas y del respeto a Pachamama, la madre tierra”. 

    ¿Por qué anotas lo que digo?” Me dijo… luego: ¿tienes algo que darme, pana, un sencillo, algo, cinco bolívares, sólo si no los necesitas? Le dije: ¿sabes que muchos de los rostros que esperas pueden creer que tú les cuentas toda esa historia para venderles un regalo…? Respondió: “Sí, puede haber gente que piense eso…” 

   Le abrí mi billetera para mostrarle que sólo tenía dos bolívares. Se los regalé. Como él, el dije. A veces un imaginante tiene que hacer lo que tiene que hacer. Es imposible saber si fui el rostro más buena gente o la cara más pendeja. En dado caso un imaginante prefiere creer la historia en la que un desconocido entrega el cuarto regalo del día. 

Gracias a los cuatro de todo corazón. 



Nota:  los otros dos regalos fotografiables no los monto aquí porque esta noche mi cámara está necia con la luz. La única imagen es la portada del primer regalo.

5 comentarios:

  1. Hoy duermo con una sonrisa en el rostro. Inexplicablemente, me hace feliz creer en las palabras del desconocido que entregó el cuarto obsequio.

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  2. Yo duermo con una doble sonrisa. Por sacarte una y por saber que hay alguien del otro lado de la pantalla con quien compartir.

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  3. También me hace feliz la manera como recibiste tu cuarto regalo. Este post es hermosísimo.

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  4. Sí, en verdad hermoso además de alentador.

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  5. "No es una contradicción, no lo es..."
    Hey,¿te acuerdas? Cuando me contaste sobre la idea de la bici, eso fue lo que me dijiste.

    Me gustó. Ahora yo tengo cuatro historias-regalo, más el post-regalo que publicaste.

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