viernes, 26 de marzo de 2010

Por el camino de... [por Sofía]

   Todo este asunto comienza con Pedro –el primero en subirse a la bicicleta, su creador- tomándose un chocolate caliente en mi casa y comiendo una galleta rellena de cerezas (presto una atención neurótica a los pequeños detalles porque de ellos trata este texto). Cierra los ojos para concentrarse mejor en el sabor y se le relaja el rostro: desde que llegó ha estado tenso, “tendrá algo que contarme”, pienso.

   Cuando abre de nuevo los ojos, los clava en la mesa. Me dice algo así como “estas vacaciones he estado… escribiendo poesía”. Se hace un silencio incómodo, eterno. No sé qué decir… yo he escrito muy pocos poemas y siempre los desecho. No me atrevo aún con la poesía, no de frente: lo he intentado… le he pasado cerca, la he rozado. Pero decir que se ha escrito poesía “durante las vacaciones” se traduce en que uno ha dedicado ese tiempo a descarnarse poquito a poco, con constancia y valentía. Yo, casi siempre, funciono como los gatos: si algo me duele, me largo de allí. Punto.

   Pedro continúa: “quiero tener como una bitácora… un registro de mi (no recuerdo si usó progreso, proceso…). Quiero crear un blog y estoy buscando colaboradores. Mi idea es esta:…” y me suelta nombres y proyectos. El punto es escribir relajando un poco los miembros, sin la rigidez académica, hablando de esas cosas que pueden despertar en nosotros todo un tren de ideas, de sentimientos y sensaciones, aunque sean cosas pequeñitas, como una taza de chocolate a mediodía con galletas rellenas de cereza. Ese tipo de cosas suceden todo el tiempo, pero yo, al menos, casi nunca me siento a registrarlas. Pura y absoluta pereza mental. Camino narrando, pensando en lo que escribiré: la cosa es que nunca lo escribo. Por eso me agradó tanto la idea de la bicicleta. Con esa idea de compromiso, me dije, me obligaré a mi misma a escribir. Exacto: esto es, en principio, un compromiso conmigo… pero me engañaré pensando que alguien espera mi texto -que es, en realidad, completamente prescindible, inútil-, que él ayudará a dar cuerpo a un proyecto, aunque haya muchos otros, seguramente mejores, con los que se irá ensamblando la bicicleta. Pero me aferraré a esta idea, aún habiendo admitido mi autoengaño. Diré “tengo que escribir para la bicicleta”, aunque pueda volar sin mí… y, entonces, escribiré, por fin, lo que he pospuesto por tanto tiempo: el registro de eso que se ha dado en llamar “pequeños placeres”. Corrijamos: no es el placer lo pequeño, o el sufrimiento; lo pequeño es aquello que los desencadena. El olor de la tierra mojada en mi pueblo, cuando llueve, me puede mantener de buen humor todo el día; esa misma lluvia, en algunas zonas de Caracas, me entristece: hace ver la ciudad más gris, más sucia, cuando el agua se resbala sin poder limpiar la mugre, cuando termina por volverse ella misma mugre. En un libro que estoy leyendo ahora se dice que el agua que corre por las paredes grises hace ver las casas como si lloraran, ha de ser por eso que me dan ganas de llorar, de llorar con ellas.

   Pero no quiero hablarles de lluvias tristes; quisiera, por el contrario, que mi primer pedaleo fuese la historia de alguna de esas pequeñas experiencias felices: justo hoy en el camino a la universidad y en medio del calor, que suele ponerme de mal humor, veo cómo los árboles han tomado tonos naranjas, ocres… las calles están llenas de hojas muertas y, cuando sopla fuerte el viento, caen hojitas diminutas, amarillas… Todo se ve anaranjado –hay una árbol seco frente a un edificio de ladrillos- y escucho una canción en francés en mi iPod. Doble placer: ver las hojas y entender la canción, así, de repente, sin ningún esfuerzo, cuando antes sonaba como a japonés. Comienzo a reírme sola. Al principio me da pena y luego no me importa, uno tiene derecho a reír solo, a saltar solo, a bailar solo, si se siente con ganas. Con mi risa le digo a los demás: rían también… o jódanse. Tengo una cinta amarilla en el cabello y una sensación amarilla en el cuerpo. Eso: rían, rían o jódanse. Un señor me da los buenos días, dice que es barato dar los buenos días y que es sabroso dárselos a las “señoritas lindas”. Me guardo el halago para colgármelo en la orejas cuando algún malandro me grite una obscenidad: yo sólo escucharé “señorita linda” y veré hojas secas en el asfalto, aunque no las haya.

   Creo que más o menos de eso se trata esto, de que hasta la piedrita más pequeña se marque en las ruedas de la bici, al pedalear. Sentir en las ruedas, sentir en la piel. Ruedas, piel, pedaleos… en el orden que quieran. Yo sólo espero poder compartir mis experiencias de viaje, fisgonear en las experiencias de los demás ciclistas.

   Acabo de quitarle las ruedas de apoyo a mi bici y tengo un camino pintado delante. Me aferro fuerte al manubrio y monto el pie derecho en el pedal, con cuidado, porque se tambalea un poco. Respiro. Ahora, si no arranco, me caigo, así que mejor me apuro. Empujo el pedal con todo, comienzo a moverme. Aún no tengo la fuerza para tomar vuelo, pero estoy ansiosa. Seguro podré hacerlo después de una o dos ronchas en las rodillas.

Nos vemos en las nubes.

                                                                                                                            Sofía

4 comentarios:

  1. "Uno tiene derecho a reir solo, a saltar solo, a bailar solo, si se siente con ganas" Y así, la risa se escapó de mis labios mientras imaginaba ojas amarillas cayendo de los árboles.

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  2. Leer esto hace que se me humedezcan un poquito los ojos y ni yo misma puedo explicarme el porqué. Yo también me tambaleo un poco a veces y siento que pierdo el equilibrio, pero la bici es noble y no nos dejará caer.

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  3. Y aquí quedo en evidencia. Sofi siempre devela. :):)

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  4. En efecto, hace un tiempo cuando leí esto me emocioné y me ayudó un poco a pensar un poco más en la importancia y repercusión de la Bici :) Muy adorable, me lleva a esas esquinas grandiosas de aquellas casas antiguas de mi mundo... ^^
    Con experiencia poco a poco nos quitaremos el miedito a resbalar :)

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